Tu ponencia me hizo recordar mis primeros años aquí en Grecia y todas las meteduras de pata que sigo –a veces- cometiendo, unas veces por los llamados “falsos amigos” y, sobre todo, por malentendidos culturales.
Mi marido y yo nos casamos al poco de terminar la universidad y vine a Atenas sin saber una palabra de griego.Todavía en España, poco antes de la boda católica, me extrañó mucho el interés que demostraba el párroco por conocer a mi marido, hasta que comprendí que en los documentos para la boda habían traducido:
Επάγγελμα: Καθηγητής
Θρύσκευμα: Χριστιανός Ορθόδοξος
como:Profesión: Profesor de Religión Ortodoxa
¡Creía que era teólogo! (Ya sabes que en España no se menciona la religión).
Boda ortodoxa en Atenas. Yo me mareé por los nervios, el calor, el olor a incienso ...Comentario del pope: “¡No es la primera que se casa de penalty!” (Algo que para mí hubiese sido terriblemente vergonzante).
Regreso del viaje de novios. Ansiaba sentir a la familia de mi marido como propia y, por eso, comienzo a tratar a mi suegra de tú y a llamarla por su nombre de pila. Al año siguiente se casa mi cuñado y su mujer sigue tratándola de Ud. y llamándola “μητέρα”. Sigo sin ser su nuera favorita …
Primeros días en Atenas. Cuando se me terminan los dos cartones de “Ducados” que había traído, entro en todos los “καφενία” de mi barrio sin poder comprender por qué se negaban y me miraban con mala cara. (Te hablo de 1981). Era un misterio inexplicable ver cómo casi todos los griegos fumaban a pesar no haber “estancos”. Cuando un buen día descubro -para mi extrañeza- que en la tienda de ultramarinos de la esquina venden cigarrillos, compro un paquete de “Malboro” y enciendo uno en plena calle, -por respeto a la familia de mi marido, ya que ninguno de ellos soporta el olor del tabaco en casa. Ni decirte que ese mismo día mi suegra recibe la escandalizada visita de unas vecinas que me habían visto fumando.
Año y medio después quedo embarazada. A la natural preocupación por ser mi primer embarazo, y además mi primera visita a un ginecólogo, se añade el “shock” de ver en la puerta de la consulta un cartel: Δρ ΠΑΝ/ΝΙΚΟΣ !!! (Creo que era chipriota).
Llega el momento del parto. Me dedico a cronometrar yo sola los espasmos, pues mi marido está cumpliendo el servicio militar y tiene miedo de llevarme a la clínica en vez de ir al cuartel por si se trata de una falsa alarma.
Comienzan los problemas con mi suegra por mi negativa a fajar al bebé y a esperar 40 días antes de salir de casa. El primer día, todavía estoy sujetando la puerta del portal cuando una vecina se me acerca y me dice: “σιδερένια!”. Yo, -pensando “qué raros son estos griegos. Qué le importa de qué material es la puerta”- contesto con cara de palo para disimular mi sorpresa: “Μπορεί. Δεν ξέρω”.
Trámites en la Embajada para poder votar en las elecciones españolas. A la frustración que sentí cuando al no trabajar fuera de casa me ponen de profesión “sus labores” y no “filóloga” (en aquella época todavía creía que me serviría de algo) se suma ver que algún empleado había traducido “S. L.” como “sabe leer” (¡no, escribir, no sabe!) y así aparece en el apartado de nivel de estudios.
Nace mi segundo hijo y, pocos años después, al dejar mi marido su trabajo en el banco por llegarle el “διορισμός” como profesor en una isla lejana, empiezo a trabajar en una academia para ayudar a la economía familiar. Los DELE acababan de empezar y nosotros preparábamos a los alumnos para el Diploma de la U. Menéndez Pelayo. En el programa los números ordinales. Al llegar al vigésimo y escribirlo en la pizarra, oigo risas a mis espaldas. Siendo yo novata y de natural tímido, continuo escribiendo –cada vez más estirada y seria- toda la lista de “-gésimos”, hasta que se hizo imposible continuar la clase.
También con algunos nombres tenía problemas. Al consabido “Marica” hay que añadir “Teta”. Aún recuerdo a una alumna a la que no debía de caerle en gracia, pues insistía en llamarla Aretí en clase.
A propósito -ahora me arrepiento de no haber sacado una fotografía-, había en mi barrio una tienda de lencería fina, con el escarate lleno de sujetadores y un gran rótulo:”TETA”. Me reía yo sola cada vez que pasaba por allí. (Lo mismo me pasa cuando veo alguno de los muchos “Hotel Lito” que hay y que me recuerdan los tebeos de mi infancia).
Al que le dio un verdadero ataque de risa fue a mi pequeño sobrino, entonces de visita en casa, cuando escucha a su respetada tía española hablando con un alumno por teléfono: “¡Sí, sí, hay clase, hay clase!”.Y no continuo porque te voy a cansar.
Saludos,
Leonor